martes, 12 de abril de 2011

Vendaval...



El viento sopla otra vez como si fuese a llevarse todo lo que encuentra por delante. Me da miedo imaginarme el tronco de los pinos tambaleando a ras del suelo y escuchar que se mueven tan fuerte las ramas que parecen el mar rompiéndose en mil pedazos contra las rocas. Cierro los ojos y me agarro más fuerte a ti para que no me sorprenda ninguna ráfaga en las esquinas y me lleve a volar. Que no, que no tengo ganas de sacar las alas y buscar corrientes y sobrevolar ciudades. Ahora más que nunca quiero tocar tierra, darte la mano y sentir los pies bien firmes en el suelo. Y verte sonreír, eso sobre todo.

Sonreír como esta tarde en el coche o ayer en mi casa o el domingo por las calles pintadas de mil colores. A mí por dentro me estás pintando igual. No sé qué ha sido del gris, pero cada vez que me abrazas me siento más verde. Y azul, y amarillo, y lila. La sonrisa al rojo vivo. Rojo en los labios y blanco en las manos. Porque cuando te toco me vuelvo algodón.

Hoy, cuando he salido de casa, veía borroso porque se me han cansado los ojos de haberlos tenido tanto rato mirando papeles que no tenía ganas de ver. En realidad, hoy no tenía ganas de nada. He ido a la habitación a leer, pero las páginas estaban tan heladas y tenía tan torpes los dedos que no he llegado a sentarme ni en la cama. Luego me he puesto a ordenar la habitación, pero el frío llamaba al desorden continuo de mis ideas. Así que me he dedicado a descontar los minutos que faltaban para verte mientras miraba el techo de mi habitación.

Ahora estoy en la cama y siento cómo los besos que me diste ayer echan raíces en mi interior. Creo que por muy fuerte que fuese el vendaval, las ramas que me estás haciendo crecer por dentro no se moverían ni un pelo. Son las doce y tengo hojas de colores haciéndome cosquillas debajo de la piel. Y el frío, porque como puedes comprobar, esto es un perfecto desorden de palabras y pinturas y sonrisas.

martes, 5 de abril de 2011

Vida...


Le dieron una vida y no la supo utilizar. Venía sin instrucciones y no se las apañó demasiado bien con ella. A veces, cuando le daba la neura, hasta pensaba que algo había fallado para que el destino, dios, la casualidad, o quién fuese, le hubiera regalado ese gran privilegio que nunca sabía cómo aprovechar... La cabeza le daba vueltas. Sólo tenía ganas de lanzarse al vacío, saltar por aquel barranco y dejar el mundo atrás. Total, ¿qué podía perder?

martes, 29 de marzo de 2011

Tu labio superior...



Después de estos días, estoy más enamorada de ti que nunca. Me he dado cuenta de que cada vez soy más adicta a tu olor, a las noches a tu lado. Y a besarte, sobre todo. A besarte como si cada instante, cada segundo, fuese el primero del resto de nuestras vidas.

lunes, 14 de marzo de 2011

Relojes



Es injusto estar triste, ¿no lo ves? Es injusto si sonríes. Si me miras, si me abrazas, si me quieres. Cómo voy a estar triste si me quieres... Si miro tus fotos antes de acostarme y una hilera de hormigas me nace en el estómago y me sube por la tráquea. Si el corazón me late en la boca cuando me besas y tus ojos me abrigan cuando la escarcha del invierno amanece sobre mi cuerpo.

Dejaré los relojes de arena bajo la lluvia para que los segundos tarden más en caer. Los de cuerda junto a la hoguera, para que las esferas se dilaten con el calor y las llamas ralenticen el incesante tic-tac de las secunderas. El de sol apuntando a la luna, y el tuyo de pulsera sincronizado con mi respiración. Esta noche no habrá tiempo en las paredes, ni en el aire, ni en tu aliento. Esta noche sólo existirá vacío para nosotros. El vacío atemporal en el que la eternidad de mis manos se despoja sobre tu piel.

Cómo iba a estar triste, si te miro... te miro y no me sale más que quererte.

viernes, 25 de febrero de 2011

Quítame el miedo



¿Estás ahí? Necesito pedirte un favor. Uno, sólo uno: que me quites el miedo. Que te lo lleves, donde sea, lejos de aquí, de mí, de nosotros. Con palabras o sin ellas, pero haz que se vaya. Un beso, o un simple suspiro, me da igual. Sólo quiero que se marche…Cuéntale un cuento de abrazos y asústalo con tu sonrisa. Descósemelo de la piel, me araña los nervios. Y los sueños, los congela y los arrincona en aquella esquina del cerebro reservada a los sentidos. Llévatelo… Quiero estar contigo, no con él. ¿Sabes de qué te hablo? Dime que sí.. Respira y dime que sí, que estás ahí, aquí. Aunque eso ya sean dos favores y me había prometido que te iba pedir uno solo.

viernes, 4 de febrero de 2011

Cuando tú llegues...





Dicen que la juventud es tu edad predilecta, y dicen que la primavera es el tiempo en que sueles aparecer, Amor. Yo no puedo creerlo. Tú, que marcas el rumbo de las constelaciones, y diriges hasta los más pequeños ritmos de la tierra; tú, que conduces a los perros por los delicados caminos del olfato, y engarzas a las mariposas con larguísimos hilos invisibles; tú, que embelleces a cualquier criatura para seducir a otra, y organizas imprevistos y suntuosos cortejos nupciales, no puedes restringirte a una edad ni a una hora... No es que seas el aliado del día o de la noche, de la luz, de la lluvia, de la carne y del alma de la carne: es que eres todo eso. La vida tiene a ti; levanta su oleaje atraído por ti, igual que las mareas por la luna, y tú cubicas sus caudales, aforas sus corrientes, mides sus resplandores, distribuyes sus verdes avenidas. Tú eres la fuerza de la fuerza; por ti reinan los reyes, y besan los cautivos sus cadenas. Tú eres la mano que sostiene al mundo, y eres el mundo y sus ciegos sentidos. Tú dispones los granos de incienso de la felicidad y las charcas salobres de la pena. Sólo queda fuera de tu jurisdicción el tiempo inmóvil y vacío de la melancolía. Por eso yo no creo que tengas edades y estacione: una mirada, un libro, un río, una canción, una manera de entrelazar los dedos... Tú, el águila bicéfala. 

He empezado a escuchar los gritos del silencio. Hay momentos en que dejo de respirar para oírlos mejor, y luego debo respirar más hondo para recuperarme. Un suspenso que vibra en torno mío pone su ala sobre mi boca si hablo, o sobre mi mano si es que estoy escribiendo, para indicarme que ha sonado la hora de prestar atención. Algo que echo de menos y no sé lo que me desocupa del pasado, como si fuese sólo un punto de partida, y me empuja al futuro, ignorando también lo que será. Cargado con antiguos recuerdos que me han hecho el que soy, siento que sin querer salgo a la busca -a la espera, mejor- del reino nuevo. En el aire percibo tu presencia. No tu presencia aún, sino el aura de jilgueros, de ramas perezosas, de impacientes heraldos que siempre te preceden. ¿Acaso no eres tú tus heraldos también? No quisiera engañarme, pero estoy presintiendo tu llegada, y no sé hacer nada más que mirar alrededor apasionadamente...

¿Desde dónde vendrás? ¿Descenderás la cuesta, o subirás del río? ¿Es el Sur, o es el Norte quien te envía? ¿Qué lenguaje hablarás? ¿Bajo qué amable rostro te encubrirás ahora? ¿Tendrás los labios gruesos de la primera vez, la nariz breve de la segunda, los ojos de mar claro de la siguiente, la sonrisa -que dominaba al furor y retenía la gloria- de la última? ¿Vendrás de golpe, como en cierta ocasión, igual que el rayo, o de puntillas, subrepticio así el día y la muerte, o quizá ya estás dentro de mí, y salgas cualquier tarde riendo a carcajadas como un niño? ¿Qué estás haciendo ahora, mientras yo te echo en falta? ¿Me echas tú en falta a mí; en qué trabajas; vacilas; sientes incompletas las noches y las mañanas? Cuántas dudas que surjas agitando la alegría lo mismo que un pañuelo. 

Cuando llegues, Amor, tendrás que recibirme como soy, no como te imaginas. Tomarás mi libertad y me darás la tuya. Tomarás mi compromiso y me darás el tuyo. Empezaremos juntos a nacer; pero no será posible; pero no será posible desentenderse de los pecados lazos del recuerdo. Yo sé que tus facciones inauguran el mundo: procuraré que no se interpongan entre tú y yo facciones anteriores, la fresca y dúctil piel sobre la que dormí, las caricias a que me acostumbré, los extremados cuerpos que asaltaron mi soledad un día, el deseo que jamás se agotaba y se agotó... Tú, que espoleas el tiempo, tendrás que darte prisa. Ten cuidado con él, porque cuando no estás transcurre en vano. Y se hará tarde, Amor, ya se hace tarde. ¿Y cómo, entonces, a la noche, podría ser examinado en ti? 

O quizá no te fuiste. Jugaste al escondite, y eres el mismo siempre, que aparece y desaparece como en broma.  Un prestidigitador que saca de su chistera un variado surtido de sorpresas… Quizá eres yo también. Yo, que alargo la mano. (“Alargaba la mano y te tocaba./ Te tocaba: rozaba tu frontera,/ el suave sitio donde tu terminas.”) Si es así, no cambies más de cara ni de gesto. Quédate quieto aquí. Mirémonos a los ojos despacio: no más desastres, no más crímenes. No entres una vez más a saco en la ciudad que es tuya. Serénate, puesto que tienes mi edad, si es que eres yo. No cambies de sonrisa, ni de rasgados ojos, ni de alargadas manos. No mudes el color de tu pelo, ni la forma de entrecerrar los párpados cuando se acerca el beso. Deja caer tu cuello sobre la almohada con el mismo desmayo de ayer. Deja tus brazos en torno de mi cuello igual que una bufanda para los días de frío venideros… Si no te fuiste, no te vayas más. No te disfraces; no finjas alejarte; no te hagas el dormido. Porque no hay demasiado tiempo, y habrá que darse prisa… Pondremos los recuerdos encima de la mesa: la noche aquella de agosto junto al mar, las músicas ardientes, la desolación de todos los principios, su júbilo infinito, la incertidumbre de los tactos, la torpeza, las amargas palabras, el inconsciente gozo que salta como un pájaro efímero de un hombro en otro, la torpeza recomenzada cada día, el beso refugiado en la comisura de la boca entreabierta, la conversación muda de los ojos en las viejas tabernas, el atardecer que resbala sobre las aceras, y siempre la torpeza resistiéndose a reconocer que tú eres la única dádiva posible de la vida… Encima de la mesa los recuerdos comunes, como una manoseada baraja con que jugar por fin la última partida. Una partida en que nos asesoren todos los que hemos sido hasta ahora tú y yo.

Cuando llegues –si tienes que llegar- entra sin hacer ruido. Usa tu propia llave. Di buenas tardes, di buenas noches, y entra. Como quien ha salido a un recado, y regresa, y ve la casa como estaba, y lo aprueba, y se sienta en el sillón más cómodo con un lento suspiro. Abre cuando llegues, si quieres, la ventana a los sonidos cómplices de fuera, y a la luz, a la favorable intemperie de la vida. El tiempo en que no te tuve dejará de existir cuando tú llegues. Tornasoladas nubes coronarán el techo de la alcoba. ¿Dónde están mis heridas?, me diré…

Pero escúchame bien: llega para quedarte cuando llegues.

Antonio Gala, El dueño de la herida. 

martes, 18 de enero de 2011

Amarte...



Amarte
es quererte sólo a ti,
donde “sólo” es la mayor extensión
del universo.
Es decirte a ti te quiero,
solamente.
Amarte
es jurarme a mí mismo que no valgo
sino contigo,
tú, mi causa valedora,
mi caída, mi razón.
Amarte
es sentirte cerca en una distancia infinita,
aunque “cerca” queda corta,
quizás “mía”,
quizás “única”.
Amarte
es saber que si tú te vas,
o que cuando yo me vaya,
no habrá otra, no.
No habrá distancia real ni ficticia,
no habrá razón ni causa distinta
de ti,
para justificar mi existencia.